La que encomendó al sol tibieza
se desnuda en mis párpados de muerte.
Dentro de ella
una florcita nublada crece y descrece,
y teje los acordes de la ausencia.
Como un bichito cruza la ciudad oscura,
baila con la lluvia y la perfecta certeza de no tener paraguas.
Ella se llueve sola en la avenida
y su vestido a veces es rosa (y a veces sólo es).
Ella no es tan oscuramente deliciosa,
más bien es infantilmente despistada
y en el principio mismo del amor
resbala circularmente en los toboganes
que terminan siempre frente a tu cara.
¡No seamos necios!
Aunque escapemos temerosamente del hormigueo interior,
es evidente,
nos encontramos en los ojos;
Y la ternura camuflada estalla dentro del cuerpo
por que hermosamente todas las veces
nos encontramos en los ojos.
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